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A un año de la desaparición de Jorge Julio Lopez

17 de septiembre de 2007

Nada se puede fundar sobre el olvido y el silencio


Elisa Carrio/Diana Maffia. - Diario Perfil - 2007-09-14


Hace ya un año desapareció Jorge Julio López, esta vez en democracia. Para quienes vinculan la figura del desaparecido con la dictadura, es una desaparición escandalosa; para la sociedad argentina es una nueva oportunidad de no ser indiferentes.

López desapareció por haber sido testigo en el primer juicio abierto tras la anulación de las leyes de Punto Final y Obediencia Debida, por la que bregamos con Patricia Walsh y Marcela Rodríguez en un Congreso donde los que hoy vociferan ni siquiera bajaban al recinto a discutir el proyecto.

El testigo es una figura moral de enorme importancia, porque permite el ingreso de la Justicia incluyendo un tercero en el juego de poder y saber que antes sólo incluía a torturador y torturado. Con él la escena se hace pública, y sólo así hay victimario y víctima en sentido jurídico y moral. Con su testimonio, López nos interpela en su valentía al representarnos como sociedad.

El testigo corre riesgos cuando testimonia a favor del torturado, pero al hacerlo humaniza a la víctima y nos humaniza a todos. Permite al tribunal sancionar como aberrante la conducta del torturador, como crimen de Estado la organización política y planificada de la represión a través de desapariciones y torturas aberrantes, y así restaura la confianza y la verdad.

La clandestinidad de la tortura, como la anonimia técnica de la guerra, permite a la sociedad la ficción de ignorar el dolor, un dolor que en crímenes de lesa humanidad deberíamos compartir. Nos permite ser indiferentes allí donde no puede haber indiferencia, donde no se puede ser neutral. Pero comprender el dolor no siendo víctima es una abstracción, por eso hace falta una decisión ética para compartirlo, la ética de una sociedad que ha decidido no prescindir de algunos valores fundamentales para la convivencia.

Pasados treinta años, algunos testigos han olvidado detalles. Pero Jorge Julio López no olvidó. Llevaba la memoria inscripta en su cuerpo y pidió exhibirla ante el tribunal. Comprendía porque también él fue torturado, y guardó durante muchos años la decisión ética de testimoniar para sacar del silencio y del ocultamiento esa experiencia, para que la justicia y la humanidad pudieran entrar, a través de su relato, en esos oscuros sótanos donde estuvieran tantos años ausentes.

El relato, la narración de López en el tribunal, el enjuiciamiento, es la contracara civilizada del Estado criminal. Pero la desaparición lo volvió a la oscuridad, justo cuando le tocaba ser testigo de la condena al torturador, y cuando nos tocaba a todos ser testigos de la capacidad de una sociedad para depurarse a sí misma. Así nos vuelven nuevamente (ahora en democracia) mudos, ciegos e impotentes. Una sociedad dócil y resignada al abuso de poder.

El olvido y el silencio sobre su desaparición son un síntoma social de miedo. El miedo a no poder contra enemigos a los que no acabamos de ponerle nombre y apellido, el miedo a la impunidad que así construye la fortaleza de los torturadores sobre sus víctimas, porque si Jorge Julio López desapareció en democracia las víctimas podemos ser todos. Con ese miedo es imposible vivir, es mejor no mirar.

El castigo al testigo es el castigo a la sociedad que quiere saber y decir lo que sabe. Es la entronización del puro poder como determinante de las acciones. La falta de ética es la falta de mediación entre la voluntad y la acción. En democracia, las formas republicanas instauran formas de mediación que evitan la pura voluntad de poder, y una de esas formas de gran importancia es la Justicia. Sin Justicia no hay democracia posible.

La desaparición de López es una amenaza que infunde terror en toda la sociedad y que pone en duda la capacidad de la Justicia de ser un contrapeso en el poder. Instaura el silencio como forma de impunidad, nos vuelve a la ceguera moral. Es imprescindible seguir exigiendo el esclarecimiento de esta desaparición. López había apostado a la construcción pacífica de la democracia conservando valientemente su memoria para el momento en que le tocara testificar y entonces pudiera ser algo más que un relato, pudiera constituirse en una prueba.

El hecho de que su familia creyera al comienzo en la hipótesis –hecha pública por las fuerzas políticas y policiales– de que López podría estar perdido, muestran que este hombre no construyó a su alrededor resentimiento y venganza sino paciente apego a la democracia y la Justicia. Precisamente, lo que resulta amenazado con el delito impune.

Silenciar la desaparición de López o exigir a viva voz su esclarecimiento no sólo refleja la sociedad en que vivimos, sino la sociedad en la que queremos vivir. Restaurar la confianza en el mundo exige establecer diferencias morales y jurídicas entre un torturador y un torturado, y el testigo es quien permite hacerlo. De otra manera, todos podemos ser víctimas. No habrá reconciliación sin memoria, sin verdad y sin justicia. Una república no se funda sobre el rencor y sobre el odio, pero mucho menos sobre el olvido y el silencio.

*Candidata presidencial y legisladora electa, respectivamente.